Tal vez la pandemia es un sueño colectivo

En esta habitación, donde todo se conoce: estoy en el suelo, con los huesos rotos, mientras alguien llora.

Es un llanto lento, de esos que disminuyen la orina, de esos que retienen líquidos del cuerpo y van matando, poco a poco, como un caracol de jardín cuando devora la hoja más pequeña.

Entonces me decís que, sobre la página, la lágrima no es más que un recordatorio de la muerte; y que, en el poema, el recuerdo es la mínima resistencia para vivir.

El mundo es este cuarto.

No sé cuántas veces me lo has dicho esta semana.

Las personas atraviesan mis muros con palabras de dolor y, ante las sombras, el llanto permanece íntegro en la sala de estar.

¿Qué será de mí cuando esto termine?

¿Qué será de nosotros cuando la última lágrima se vuelva una con el polvo?

Tal vez la pandemia es un sueño colectivo, una historia sin coherencia.

Hace un año, por ejemplo, nadie habría pensado que el encierro sería tan cruel.

Hace un año, nadie podría decir que una pandemia no sería lo único que roería nuestros pulmones.

SACRIFICIO

Esta mañana se acabó la comida
y me tocó salir a comprar.

Mientras el mundo era atravesado
por silencio y escuadras militares,
las filas para entrar al súper mercado
                                    permanecían infinitas.

Sin embargo, ni el sol o la lluvia detendría el hambre;
ni siquiera el alto precio de la vida
contendría al estómago en su lucha para sobrevivir.

Esta mañana también se acabaron los medicamentos
y debo viajar hasta el último rincón del mundo,
porque la muerte nunca para de rondar.

Todas las gentes, en cada lugar que visito,
me observan como a quien jamás conoció el miedo.

Entonces, pronuncio:
he visto la muerte esta mañana, la he visto y ha llorado.

Y, en coro, la multitud pregunta:

¿De verdad la has visto?

De verdad, respondo:
aunque ustedes no lo crean,
todavía existen otras formas de morir
.

[Fin de la compra]

Cada autobús es un sepulcro que cruza la ciudad, el eterno recordatorio que, a partir de hoy, nos llena de incertidumbre. Como mis manos marcadas por las bolsas, como mis rodillas que apenas sostienen el alcohol gel, la ciudad parece diluirse a través de las ventanas. Entonces recuerdo que, hace algunos años, en esta misma ruta, un motorista chocó con otros automóviles y, cuando llegó la policía, se dieron cuenta que andaba bien arriba por la coca o quién sabe qué.

A partir de eso, el miedo me aborda cada vez que subo al autobús. Pienso que, en cualquier momento, podría salir disparado hacia el frente o para los lados; que no vale la pena viajar, salvo para prolongar una vida que ansiosamente espera marcharse. Y así voy, observando asientos vacíos, en espera de encontrar algo familiar y hermoso cuando por fin llegue a casa. ¿Qué hago tan lejos? ¿Cómo encuentro el camino? Los neumáticos vibran bajo mis pies, la gente sube y baja como buscando la respuesta del encierro. Cada autobús es un sepulcro que cruza la ciudad, dice una mujer que lleva en brazos a su hijo. Y la mascarilla nunca puede faltarnos, nunca la breve mortaja que esconde la risa de quienes temen la muerte. Yo temo, mientras llega nuestro turno. En eso, el motorista, sin máscara, detiene la marcha. Pone canciones a todo volumen y, pasados unos segundos, avanza sin mirar atrás.

[Descenso]

Se ilumina mi habitación: sobre la página, la noche no es más que un recordatorio del silencio; y en el poema, la oscuridad es la mayor resistencia de la luz.

Al otro lado alguien llora.

Es un llanto lento, quejido que no se detiene: una extensión del día a las dos de la mañana. Todo pasa tan rápido.

Ya son las seis y debo levantarme a hervir tomates para salsa, porque la paz del universo depende del desayuno. Luego tendré que cortar papel para flores, pues viene el 10 de mayo.

Después, hay que cantar para que las lágrimas se conviertan en recuerdos, recuerdos y más recuerdos… de esos que retienen líquidos, que van matando, como un caracol de jardín que terminó entre serpientes.

Serpientes como hospitales.

Caracoles a través de edificios como reptiles.

Asclepio cerrando las puertas porque, si tiene tos, es Covid.

Muchos viajes en taxi pues hubo paro en el transporte colectivo.

El teléfono sonando hasta agotar su batería…

Memoria que se repite cada noche.

Lamento como recordatorio de la muerte entre mis brazos.

[Funeral]

En el centro del mundo está el destino de todas las lágrimas. Cae la lluvia, como en una de esas películas norteamericanas que me hicieron ver cuando niño. Las palabras no paran de fluir, pero alguien me detiene en seco. Me dice Basta, este dolor nunca fue tuyo. Entonces, observo de lejos, mientras el descensor de féretros se lleva para siempre nuestra fe.

MENSAJE PÓSTUMO – 15 DE DICIEMBRE

Estuve aquí, pedimos una pizza
y, mientras la esperábamos,
                        comenzó a llover.

Yo, abrazando tus piernas,
dije Ella mejorará.

Entonces saliste a esperar al repartidor
con tu sombrilla que ahora tengo
y, para terminar, comimos mucho.

Nos acostamos
(vos en la cama, yo en el tapete),
tomamos nuestras manos,
hablamos hasta el amanecer…

Luego dormiste
y yo guardé todas mis cosas
para salir temprano de casa.

Nunca volví.

[Epitafio]

Permanezco en el suelo, con los huesos rotos, mientras al otro de la puerta nadie llora.

Es un silencio lento, de esos que pocos evocarán, de esos que son ecos en las paredes, que van matando como serpiente venenosa.

Porque, sobre la página, regresar a casa es un sueño imposible; y en el poema, los recuerdos de hospitales son dos manos a punto de soltarse por última vez.


Imagen destacada extraída de: https://www.france24.com/es/20200318-coronavirus-covid-periodistas-china-muerte-brasil

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